Kathy es jovial, es fresca, de sonrisa sincera. Protagonizó Amor a la plancha, una telenovela con excelente rating. Antes trabajó en Pobre Pablo; y antes, en Solterito y a la orden; y antes, en Magazín Caracol; y antes, en La Maldición del paraíso; y antes, en Panorama; y antes, muchísimo antes, fue virreina de la belleza colombiana en una final de infarto que ganó Paula Andrea, cuando en Cartagena todavía se presentaban finales de infarto y no como ahora. El caso es que Katty se inició en la tele tan pronto abandonó la ciudad amurallada. "Sí, ser linda me ayudó muchísimo -y lo dice sin vergüenza, como debe ser-. Pero, mantenerme en el medio no ha sido cuestión de belleza". Está dicho, no hay ningún secreto: la belleza abre muchas puertas. No sólo las laborales. También otras, más simples y cotidianas, como que te ayuden con la maleta pesada en los aeropuertos o que te desvaren el auto en una calle abandonada.
La belleza ayuda, pero es al tiempo un cliché. Marylin Monroe es el ejemplo de siempre: como era rubia se la creía tonta. ¿Tonta? Para mantenerse en la cumbre donde estuvo desde que apareció desnuda en Playboy hasta que apareció muerta por una sobredosis, seguramente necesitó tener mucho más que belleza. Katty opina igual: dice que cuando se es bella hay que demostrar mayor profesionalismo, mayor talento; de lo contrario, no faltará el lugar común de que se está ahí sólo por linda. Y sí, Katty es muy linda. Pero también tiene talento, y no se deja amilanar por la adversidad, como tantas veces lo ha demostrado. Y sigue palante, como el resto de mujeres colombianas que saben que la vida es muy dura y que por eso hay que tomársela suave.
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